VI. Otros aspectos de las relaciones personales entre reyes y nobles

La profiliación

La profiliación o prohijamiento es una institución que vincula a aquellos que la establecen de manera indisoluble, pues el prohijado adquiere el estatuto de hijo de aquel o aquellos que lo profilian. Como señalaron Abilio Barbero y Marcelo Vigil, esta institución tiene detrás una gran importancia económica y política. Económica porque el prohijado adquiere todos los derechos y deberes de la condición de hijo, lo que le hace partícipe de la herencia; a cambio, el prohijado debía mantener y proteger durante toda su vida a los profiliadores. Esta institución generaba además relaciones personales de dependencia, ya que habitualmente el prohijado tenía un estatus social mayor que aquellos que lo prohijaban. De este modo, a cambio de profiliar a un señor o, incluso, al rey, se lograba su protección de por vida. Como han destacado ambos autores, «servía para romper la cohesión económica y social que daba la consanguineidad».[1] Rompía la cohesión económica porque daba participación en la herencia del patrimonio familiar a personas con las que no existía ningún parentesco consanguíneo; y la social, porque integraba como miembro de la familia a alguien, mediante un vínculo que no era la consanguineidad ni la alianza.

Barbero y Vigil documentaron la primera carta de prohijamiento en la segunda mitad del siglo IX. La institución tuvo gran importancia hasta finales del siglo XI; sin embargo, a partir de entonces, comenzó a perder relevancia. En efecto, se conservan muy pocos testimonios durante los siglos XII y XIII. Para el período 1157-1230 en el reino de León apenas hemos localizado cinco ejemplares, en los que algunos matrimonios, al parecer de baja extracción social, prohijaban a un noble que les ponía bajo su protección. No obstante, este procedimiento fue empleado también en las altas esferas de la sociedad medieval y fue un mecanismo de relación entre la alta nobleza y la monarquía. Parece que no fue un recurso demasiado usado durante este período, aunque hemos podido localizar un ejemplo que indica que este mecanismo aún era utilizado. Se trata de la profiliación que la condesa doña Elvira hizo al monarca Alfonso IX de León.

El documento conservado no es una carta de prohijamiento propiamente dicha, sino que solo se conserva una breve alusión a este hecho jurídico encuadrada en una carta de donación regia. Así, en 1201 el rey don Alfonso donaba al obispo de Oviedo determinados bienes localizados en Asturias: Iuris in monasterio Sancti Petri de Teverga ad me pertinebat ex parte comitisse domne Elvira, que me recepit in filium et heredem, et ecclesiam Sancte Marie de Carzana cum omni iure suo et quecumque in ualle illa ad ius deum pertinebat ex parte ipsius comitisse.[2] Con estas palabras el monarca recordaba el modo en que habían llegado a su propiedad el monasterio de Teverga y la iglesia de Carzana: los había heredado de la condesa doña Elvira, que le había profiliado.

Algunos estudiosos han indicado que esta condesa Elvira era la hija del conde asturiano Pedro Alfonso y María Froilaz, que estuvo casada entre 1174 y 1182 con Gómez González de Traba. Probablemente la condesa no tuvo descendencia y, por ello, prohijó al monarca, que se convertiría así en su protector y, al mismo tiempo, en su hijo y heredero.

El rey, tras la muerte de la condesa, recibió sus bienes y los cedió a la catedral de Oviedo, con la que la familia de doña Elvira había estado estrechamente vinculada. Lo más significativo de este ejemplo es que deja al descubierto un modo de relación entre la nobleza y la monarquía que, al parecer, no era empleado con asiduidad. No obstante, el caso de la condesa doña Elvira tiene ciertas peculiaridades que explican que la dama recurriera a esta fórmula: era una mujer viuda que tal vez no tenía descendientes y, a pesar de que poseía importante patrimonio heredado de sus progenitores, buscó la protección de la monarquía a la que su padre y su esposo habían servido. Quizá fuera el esposo de doña Elvira quien pidió al monarca que la protegiera tras su fallecimiento. En cualquier caso, permite ver al rey como protector, hijo y heredero de una dama de la alta aristocracia laica del reino.

A pesar de este ejemplo, parece que la institución de profiliación perdió fuerza durante el período que nos ocupa, puesto que la sociedad ya había articulado otros mecanismos de dependencia, como las benefactorías, y se hacía innecesaria esta «ficción familiar» para lograr la protección de un señor feudal poderoso. Asimismo, la nobleza magnaticia había utilizado otros mecanismos para relacionarse con la monarquía, aunque en casos excepcionales recurrió a esta fórmula de honda tradición.

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