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Tradiciones plásticas españolas

«Excepto en Zabaleta (y ahora con más conciencia en José García Ortega), el campesino, desde un punto de vista realista, nunca fue tema de la pintura más reciente española. Últimamente, gracias a [Estampa Popular] (…), el campesino (y el obrero) han entrado a formar parte de las exposiciones. (…) En España el grabado consigue su más alta valoración en Goya (…) Después de Goya y como testimonios políticos de las luchas del XIX, el grabado adquiere popularidad en España, sin nunca llegar a la genialidad de nuestro gran pintor. (…) Ha de ser nuestra contienda bélica (…) la que exigirá un tímido renacimiento, como testimonio de los nuevos «horrores de la guerra». Picasso, en 1937, graba la serie de planchas con el título de «Sueño y mentira de Franco», en la que, con técnica y concepción modernas, plasma una terrible aleluya antifranquista, donde los elementos surrealistas forman el espinazo de la obra. Dentro de España, Renau, Puyol, Rodríguez Luna, Miguel Prieto, sobre todos, abordan el grabado como medio de expresión política. La victoria franquista corta desde el mismo crecimiento esa continuidad realista, y, de nuevo, el grabado popular enmudece entre nosotros. Como hecho aislado, José García Ortega —al que obligadamente debemos volver a citar— reanuda nuestra tradición y logra alcanzar en ella un alto aprecio.[1]»

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