Primera parte
La manera especialmente significativa y cargada de intención, aquello que podemos denominar también el «protocolo», con que Nicolás Maquiavelo da cuenta de lo que era su hábito y modo propio, ritualizado, de entrar en el escritorio y «en relación de escritura» —cuya cita inauguraba nuestras reflexiones y que proviene de una epístola del politólogo escrita en 1513—, fue objeto de un tratamiento poético por parte de quien, a su vez, pasa por ser uno de nuestros mayores artífices de lengua, José Ángel Valente, en su poema «Maquiavelo en San Casiano» (en La memoria y los signos. Madrid, Revista de Occidente, 1966):
«Llega al cabo la noche.
Regreso al fin al término seguro
de mi casa y mi memoria.
Umbral de otras palabras,
mi habitación, mi mesa.
Allí depongo
el traje cotidiano polvoriento y ajeno.
Solemnemente me revisto
de mis ropas mejores
como el que a corte o curia acude.
Vengo a la compañía de los hombres antiguos
que en amistad me acogen
y de ellos...
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