La historia del monacato cristiano nos aporta diferentes manifestaciones de la búsqueda que el hombre realiza de una existencia diferente. El que se denomina monje[1] es aquel que desarrolla su vida en soledad, en aislado recogimiento, regido por una espiritualidad que le lleva a realizar votos de pobreza, castidad y obediencia, para volcar su existencia en el amor al prójimo. No siempre se identificó la vida espiritual como la forma de vida comunitaria que actualmente asociamos a la figura del monje habitante de un monasterio. La denominación original de las casas de comunidades de monjes era la de coenobium, congregatio, fraternitas, asceterion.[2] El término monasterio se empleaba, por el contrario, para la designación de cada una de las celdas que habitaban los anacoretas. Los anacoretas y los ermitaños o eremitas se regían igualmente por el mismo principio de abandonar el mundo, sus riquezas, sus familias, para vivir en aislamiento, en soledad y meditación.
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