Lubrificaciones

Vamos, pues, a clausurar esa estancia secreta y toda suerte de «retiradizos», donde de un modo preciso se concretó el tipo de espacio necesario para la relación que tendría que establecer el scribens (el escribidor) con las representaciones del mundo que deseaba poner en pie de letra. Lo hacemos con la evocación de otro gabinete quimérico, como resultará ser aquel en que pasó sus días un escritor prolífico, espejo de escritores, y hombre poseído de la pasión de la «librido»; alguien que ha comparecido aquí en estas páginas en repetidas ocasiones como modelo de todo lo que se desea explicitar en ellas: Ramón Gómez de la Serna. Autor que acostumbraba a tomar una fotografía del día, el momento y la hora en que empezaba a escribir, y que, una vez que comenzó seis libros al mismo tiempo, se hizo fotografiar sentado en una mesa con otros cinco «Gómez de la Serna», acercando todos ellos ya sus plumas al papel, en la pretensión de congelar en lo aurático de una toma...

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