«Juntos, pero no revueltos»

[1] Tras la espera, finalmente, comenzaron las clases. Las y los escolares de tres años se repartieron en dos aulas contiguas y comunicadas a través de una puerta. El grupo de valenciano tenía seis alumnos, todos payos. Yo entré y permanecí discretamente con los cinco alumnos que, por el momento, componían el grupo de castellano (tres niñas y dos niños). Como ya he comentado, eran todos gitanos, excepto un árabe que tenía dos hermanas de seis y ocho años, también alumnas del colegio. La maestra, una vez en clase, les dejó que jugaran con unas frutas de plástico, un carrito de la compra y algunos juguetes más. Me explicaba que, jugando, tomaban un poco de confianza. Les trataba con mucho cariño, les cogía al brazo, les daba algún beso, les hablaba bajito y en tono muy afectivo. Les preguntaba el nombre y les decía el suyo solicitándoles que lo repitieran uno por uno, pero no todos lo hacían porque, aparentemente, no estaban igual de receptivos. De todo este...

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