Ha sido tema de innumerables disputas el averiguar si el movimiento revolucionario de 1789 fue efectivamente determinado por la filosofía política racionalista, de la que acabamos de examinar algunos de sus instantes más característicos, o por el contrario obedeció a motivos intrínsecos independientes. Por lo general, la gente se ha acostumbrado a manejar como un lugar común incontrovertible la idea de que si no se pudiera hablar de una filosofía del siglo XVIII, tampoco podría hablarse de la gran Revolución francesa.[1] Y, sin embargo, nada más inexacto. La filosofía del Derecho natural no hizo en Francia otra cosa que expresar plásticamente un sentimiento impreciso que se encontraba en todos los ciudadanos. La causa de la extraordinaria difusión que alcanzaron obras como las de ROUSSEAU o SIÉYÈS no debe buscarse en su mérito intrínseco, sino en que fueron la consagración ideológica del pensamiento que vivía sin formularse en la mente de todos.
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