El pensamiento exiliado del 39 y la crítica del fascismo: María Zambrano y Eugenio Ímaz

Introducción

La experiencia del fascismo dejó una impronta notoria en el exilio español del 39 por razones obvias. Su relevancia, bajo tendencias y matices diversos, en la política y en la cultura españolas a lo largo de la década de los treinta, alcanzaría su irradiación más decidida y violenta en el golpe militar de 1936; mismo que a su vez culminará, tres años después, con la instauración de un régimen que, si acaso no pudiéramos denominar “fascista” en un sentido sentido estricto o sin acudir a una previa aclaración terminológica, sí podemos identificar como integrista y reaccionario. Ciertamente, la compleja evolución del fascismo en España, sus puntos de inflexión, sus tensiones ideológicas internas, su diversidad de estrategias, sus rasgos autóctonos y sus elementos importados, merecerían un estudio aparte. No es casual, en cualquier caso, que una de las notas definitorias más elementales del fascismo sea precisamente su insubstancialidad, su amalgamiento tergiversador de teorías diversas y hasta dispares o su vacuidad, disfrazada de retórica y esteticismo espectacular. Delimitar con precisión la ideología fascista resulta más problemático de lo que pudiera parecer a primera vista, más aún si se consideran los rasgos específicos de sus diversos contextos. No es lo mismo el contexto alemán que el italiano o el español. Si nos ceñimos a este último, tampoco es lo mismo “jonsismo”, falangismo y nacional-catolicismo. Sea como fuere, dejando a un lado esta dificultad terminológica y semántica o haciendo una mínima abstracción de ella, no erramos si aceptamos que el fascismo fue causa determinante –aunque no fuera la única– de la guerra civil y el subsiguiente exilio, tanto en un plano nacional como internacional. La inteligencia exiliada no pasó en este sentido por alto que la guerra española fue, en cierto sentido al menos, el primer episodio de la Segunda Guerra Mundial, el “campo de pruebas” del fascismo internacional ante una inminente campaña europea, en la que tanto Hitler como Mussolini pudieron tomarle una cierta medida a sus dispositivos militares. En este sentido, el pensamiento exiliado del 39 se llevará consigo una experiencia del fascismo, entendido no sólo como un nuevo episodio cainita de la tradicional lucha entre las dos Españas, sino también como un fenómeno europeo, estrechamente ligado a la ciencia y a la política modernas, cómplice –de manera “bastarda” o no– del despliegue de la racionalidad moderna. Surgirá entonces la necesidad de reflexionar sobre sus condiciones de posibilidad y de realización, sus fuentes genealógicas, sus claves hermenéuticas y sus hilos conductores.

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