El coleccionismo anticuario en España en la primera mitad del siglo XIX

1808-1833

Tras unos años de incertidumbre política al inicio del siglo, siguieron seis años de guerra (1808-1814) contra la ocupación francesa. La guerra contra el «gobierno intruso», contra el invasor francés, resultó dramática para el patrimonio del país, que sufrió el saqueo por parte de los oficiales franceses tanto como de los ingleses —aunque este último caso está mucho menos estudiado—, así como de los propios españoles. [16] Ciertas obras sirvieron como guías para el expolio, como el Viage de España de Antonio Ponz y su continuación por Isidoro Bosarte (Viage artístico a varios pueblos de España, Madrid, 1804, dedicado a Valladolid, Segovia y Burgos); el Diccionario histórico de los más ilustres profesores de las Bellas Artes en España (1800), la Descripción artística de la catedral de Sevilla (1804) y la Carta … sobre el estilo y gusto en la pintura de la Escuela Sevillana (1806) de Juan Agustín Ceán Bermúdez; o el Tableau de l’Espagne de JeanFrançois Bourgoing (1788) y el Voyage pittoresque et historique de l’Espagne (1806-1820) y el Itinéraire descriptif de l’Espagne (1808) de Alexandre de Laborde. Estas pesquisas comenzaron antes de la guerra: así, cuenta el político liberal Antonio Alcalá Galiano en sus Memorias cómo en 1807 él y su amigo Fréderic Quilliet, «comerciante de objetos de lujo de diversa especie» establecido en Cádiz en 1806 y entendido en pintura, junto con el artista Jean-Baptiste Lebrun, llegado para estudiar precisamente la escuela española, examinaban los cuadros de las iglesias sevillanas con «el pesadísimo Viage de Ponz» y «las obras de Ceán Bermúdez en la mano»; más tarde, Fray Isidro Moreno, «guía de los tesoros del Escorial» y amigo de Quilliet y de Alcalá Galiano, les enseñó las riquezas bibliográficas y artísticas del real monasterio. [17] Posteriormente Quilliet se puso al servicio de José I, quien le nombró comisario para las bellas artes; según Alcalá Galiano, en el ejercicio de sus funciones mostró un comportamiento «dañino» con los monjes de El Escorial que tan bien le habían acogido. [18]

Caos, destrucción, saqueo y expolio del patrimonio histórico-artístico por parte de los ejércitos implicados: el francés y el inglés y portugués aliados de España; y desde luego por las tropas españolas, los miembros de la guerrilla y la misma población, que, por ejemplo, desmantelaron castillos como el de Soria para impedir su utilización por el enemigo.[19] Tanto Murat y el mariscal Soult como el general Wellington y muchos de sus respectivos oficiales se apropiaron de bienes (cuadros, libros, piezas arqueológicas, monedas y medallas, joyas, vajillas, tapices…) de propiedad particular o procedentes de iglesias, conventos y monasterios y palacios[20] (fig. 2). Por ejemplo, el famoso «equipaje del rey José», ese convoy de más de trescientos carros repletos de obras de arte y tesoros del Palacio Real y otros Reales Sitios, que «fueron despojados de todas las preciosidades artísticas, de todas las alhajas de valor» y que, guiado por el general Joseph-Léopold-Sigisbert Hugo (padre del poeta Victor Hugo), salió de Madrid los días 25 a 27 de mayo de 1813 siguiendo a José Bonaparte en su camino de vuelta a Francia, cayó en manos de Wellington y de sus oficiales, entre los que «no escaseaban los anticuarios», pero también fue saqueado por soldados franceses, portugueses y españoles en la batalla de Vitoria.[21] A los ejércitos acompañaban espías, marchantes de arte y agentes de todas las nacionalidades que conocían bien España y el arte español y aprovecharon la situación para formar sus propias colecciones: franceses como los ya mencionados Lebrun y Quilliet, o el afrancesado sevillano Alejandro Aguado, futuro banquero en París a quien Fernando VII concederá el título de marqués de las Marismas del Guadalquivir por servicios prestados a la Corona (se hizo cargo del Empréstito Real, o gestión de la deuda pública de España);[22] ingleses como Buchanan (relacionado con Wellington) y Locker; [23] holandeses, etc.[24] Las referencias proporcionadas por los relatos de viajeros y eruditos ya mencionados (Ponz, Bosarte, Ceán, Laborde) constituían una fuente de información fundamental.[25] ya se habían aprovechado en 1808, cuando casas y bienes de familias de afrancesados o «traidores» fueron confiscados y vendidos por el Consejo de Castilla para gastos de guerra. [26]

Fig. 2. Caricatura inglesa del saqueo de los tesoros de Madrid por las tropas francesas durante la retirada de 1813 (según R. Abella, José Bonaparte, Barcelona 1997, pp. 210-211).

Por otra parte, José Bonaparte había promulgado algunas disposiciones relativas al patrimonio: un inventario de los bienes artísticos, R. D. de 20 de diciembre de 1809 para la creación en Madrid de un museo nacional de pinturas y otros objetos de arte formado por las colecciones de las órdenes religiosas suprimidas por decreto real de 18 de agosto de 1809, previa realización de los correspondientes inventarios. [27] Este Museo, al igual que su modelo, el creado por Napoleón en el Louvre (al que se enviaría una selección de obras de la «escuela española»), sería un reflejo del alto nivel artístico del país conquistado. Otros decretos fueron dados en Sevilla: el del 8 de febrero de 1810 restituía el nombre de Itálica a las ruinas junto al monasterio suprimido de San Isidoro del campo y destinaba una renta de cincuenta mil reales de vellón a excavaciones en las ruinas romanas; el del 11 de febrero ordenaba reunir en los Reales Alcázares «los monumentos de arquitectura, las medallas y las pinturas» de la escuela sevillana. [28]

Como ya se ha dicho, el marchante Frédéric Quilliet, buen conocedor de los tesoros artísticos de España, fue nombrado responsable de recoger las «pinturas, estatuas y demás objetos de arte» de los conventos suprimidos de Andalucía. Pero su idea era completar las colecciones del nuevo Museo Josefino con antigüedades (mármoles, bronces, bajorrelieves y esculturas) como las de la colección Azara, que consideraba tan importante como la de Arundel o las estudiadas por Winckelmann en Roma, para que «la Gallerie de la Mantua Carpetanorum» alcanzara el mismo nivel de esplendor y calidad que la de Lutetia Parisiorum, según declaraba en cartas a sus superiores del Ministerio del Interior. [29]

Sin duda, como afirma Véronique Gerard Powell, está mucho más y mejor estudiado el expolio artístico (enajenamiento de pinturas), que el de antigüedades: [30] al parecer únicamente le consta la noticia del botín del general Pierre Dupont, compuesto probablemente por objetos de arte clásico e hispano-árabe robados de Córdoba. [31] En cualquier caso, como afirma la misma autora, la guerra «dejaba el campo libre a las rapiñas de los soldados y a las primeras exacciones de los oficiales». [32]

La restauración de Fernando VII en el trono (1814) no supuso la paz: hasta la muerte del rey el 29 de septiembre de 1833 hubo persecución de afrancesados y liberales, con el breve paréntesis del Trienio Liberal (1820-1823). La vida intelectual se resintió espectacularmente, debido a la muerte en la guerra, ejecución, cárcel o exilio («emigración») de muchos de sus protagonistas en los períodos de represión entre 1814 y 1820 y, sobre todo, en 1823-1833, la llamada Década Ominosa. De nuevo el relato de los contemporáneos resulta esclarecedor: abandono de los servicios del Estado, la industria, el comercio, la enseñanza, la beneficencia; represión feroz del liberalismo, del saber, el talento, la ilustración, la cultura. [33]

Y, sin embargo, algunos datos permiten hablar de un cierto interés de Fernando VII (probablemente a instancias de la reina M.ª Isabel de Braganza) por el arte y la antigüedad, si bien esta faceta ha sido tradicionalmente relegada a favor de la habitual consideración altamente negativa de su reinado en el aspecto político. Así, a la fundación en 1819 del Museo Real de Pintura y Escultura (futuro Museo del Prado), reconstruyendo de su peculio el edificio de Juan de Villanueva que había quedado muy dañado durante la ocupación francesa y el posterior abandono, [34] debe sumarse la reorganización y restauración en 1815 del Real Gabinete de Historia Natural, saqueado por los franceses, ahora Museo de Ciencias Naturales; la promoción y financiación de excavaciones en diversos yacimientos en 1820, [35] o las medidas impulsadas desde 1815 para la reconstrucción del monetario real, también saqueado. [36] y también, en 1819, el proyecto de participar como accionista en una empresa arqueológica que promovía excavaciones en el Tíber y que resultó ser fraudulenta. [37] Pero muchos de estos proyectos culturales y científicos no llegaron a buen fin por falta de medios, ya que «el erario de la nación había quedado exhausto» a causa de las guerras. [38] Posiblemente fue ésta la causa de que se rechazara la compra del rico monetario de Dámaso Puertas, médico del XIV duque de Alba, ofrecido por su propietario a Fernando VII en 1827, y que finalmente se vendió en tres lotes: el primero al Regio Gabinetto de Milán (en 1819), el segundo al Medagliere Vaticano en 1841 y el tercero a doña Teresa Maria Cristina, emperatriz del Brasil, gran aficionada a las antigüedades. [39]

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