La construcción de templos, que era el objetivo primordial del arquitecto clásico, alterna ahora con la de edificios seculares de no menos empeño: teatros, pórticos, salas de asambleas, estadios y sepulcros de proporciones gigantescas. El orden dórico no ofrece ya novedad alguna, salvo en el estudio de sus proporciones, y de ordinario alterna en un mismo edificio con el gracioso corintio, como en seguida tendremos ocasión de ver.
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