En el origen del concepto de “cuerpo vivido” está la experiencia cenestésica que, pese a su valor testimonial de la existencia inmediata, se hace ya inseparable en el imaginario vigente de la compleja ensoñación de la máquina: el funcionamiento del mecanismo vital produce ruidos y sensaciones reconocibles por el sujeto que las experimenta, proyectando una vivencia diferida.[2] El organismo da noticia de movimientos internos, figurándose como un artefacto carnal con un motor que palpita en el pecho, un tránsito intestinal perceptible en el abdomen, una vibración nerviosa que transmite impulsos eléctricos por todo el ensamblaje. Lo simbólico atraviesa la percepción y distancia al sujeto de sí mismo al conocerse como objeto.
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