Capítulo VIII. El poder estético de la palabra
(Y el de Cachemira dijo que era tan de su gusto el contar
de Sinbad, quien tenía un historiar muy vivo, que si algún día
pasaba por Cachemira, que lo había de llevar a un barrio que
hay allí de ciegos de nacimiento, para que les contase cómo
era la luz del mundo, que aún no encontrara nunca quien lo
supiera decir). [1]
Describir lo indescriptible, la luz del mundo, es una audacia a la que sólo puede
aspirar un autor que «vivió fascinado por el poder y las virtudes de la palabra».[2]
Sobre «Tesouros novos e vellos» disertó Cunqueiro en su discurso de ingreso en la
Real Academia Galega; habló de la palabra como del más extraordinario y deslumbrante
tesoro, como la llave guardadora de todos los tesoros, reveladora de las
realidades inefables y conquistadora de lo impenetrable.
Prosigue Cunqueiro en sus páginas la tradición emprendida por los románticos
alemanes y franceses de hacer de la obra literaria una conjunción de teoría y práctica;
las...
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